06 noviembre 2006

Como me cuesta

Hace tiempo que escribí mi último blog y, desde entonces, no he podido escribir nada que pueda terminar.

Hace tres semanas, nos sentamos en un café, frente al brumoso mar que se fundía en gris melancolía con el más incoloro de los cielos. Mi gran amigo, mi partner literario, y yo. Nuestras PCs portátiles dándose la espalda, y las teclas sonando con intermitencias. No conseguíamos fluidez en nuestra escritura. Las ideas, las palabras, las frases brotaban por chorros, pero grandes burbujas de aire impedían que salieran con muda elocuencia. Me regodeé comentando las grandes ideas de relatos que ya tenía iniciados. Una página, uno, tres párrafos, el otro. Pero mis ideas, qué soberbias, decía mi compañero, sin ocultar cierta envidia. No servía de nada. Si la idea no decantaba en palabras sobre el papel, eran sólo interesantes pero aéreos argumentos.

Si quiero ser escritor tengo que escribir. Escribir aunque no tenga ganas. Aunque las ideas se traben o el colesterol de la imaginación sabotee el flujo de las frases. Y por eso hago esto ahora. Escribo porque tengo que escribir. Escribo y me duele. El dolor de quien va al gimnasio por primera vez y todo le pesa el doble. Cuesta mucho hacer disciplina. Nunca pude pasar del segundo mes en un gimnasio. Espero que el ejercitar mi mente y mi creatividad merezcan algo más que dos meses. Si no, para qué vivo.